martes, 9 de marzo de 2010

FRANCISCO TARIO

Detuvo un taxi. —¡Pronto, a Venustiano Carranza y Hyde Park Corner!
El chofer, de bigotes que ya no se estilan, comprendió al instante que se trataba de una importante cita y se puso en marcha.



Fue escasamente durante el tiempo que media entre el romper de una ola y la calma subsecuente, mas él tuvo la impresión dolorosísima de que era un pan con mantequilla y mermelada en manos de S. M. la Reina Victoria de Inglaterra.


¡Qué deprimente escena la noche aquella en que el molino devoró de una sola dentellada al molinero! Qué lamentables consecuencias. Durante todo el tiempo que duró la guerra, y un mes después, los panecillos de la ciudad sangraban a cada mordisco y por las tardes eran como gatitos, con todo y sus pequeñísimos maullidos.


Interroga la niña: —¿Qué es un hombre vulgar?
Y replica el niño: —Aquél que jamás será un fantasma.


Temporada 1950. Cae el telón en el quinto acto: “El Burgués Ennoblecido”. La sala, atiborrada de público, se estremece con los aplausos. Es un clamor, semejante a una tormenta. Los actores, hasta los más humildes, se deshacen en genuflexiones. De pronto, suena una grito en galería:
—¡El autor! ¡El autor a escena!
Aparece Moliére, sudoroso y enrojecido, y los aplausos se redoblan.



El edificio resultó un poco atrevido, sin duda. Absolutamente todas las ventanas miraban, no al exterior, sino al interior del edificio.


Para los efectos de un pasaporte.
Señas particulares: demencia paralítica.


—¡Abrázame! —prorrumpió ella, con los ojos en blanco y refiriéndose al hermoso novio, que no se decidía. Y un árbol fue y la abrazó de tal manera que sus dientes, sus pechos y sus lindos talones rosados se transformaron en bellotas.


—No está bien —dijo— que te bañes con el sombrero puesto. Ya te he dicho demasiadas veces que la humedad deteriora lamentablemente los fieltros.

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