lunes, 22 de marzo de 2010

MI AMIGO EL INVISIBLE, primera parte


1.

El mundo volvió a ser lo mismo, a pesar del funeral.
Ellos se miraban en sus espejos de baño; ellos sacaban a pasear a sus mascotas; ellos tenían que lidiar con sus trabajos y con sus hijos; ellos no recordaban constantemente, porque el mundo tenía que volver a ser lo mismo. Ellos: Azul, Irina, Ricardo y Saúl. Se habían vuelto amigos en el último año de preparatoria, y cuando éste terminó siguieron frecuentándose. No se trataba de un ramo de bendecidos, simplemente se les dieron las circunstancias correctas con todo y el clima correcto. Cada uno estaba dedicándose a lo que había pensado.

Christian había sido parte del grupo, y también su vida había fluído hacia el campus de alguna universidad y hacia los pensamientos y brazos de algún muchachillo. A pesar de tener el ceño fruncido y de estar encorvado y de enojarse cuando todos lo molestaban (había reuniones en las que se elegía a alguien, no sólo a él) no era un ser taciturno. Tenía una colección de volúmen considerable de libros infantiles. Usaba abrigos y, de vez en cuando, una corbata de moño.

Lo único que habían sabido era algo sobre una mala noticia del hospital. Estaban en la casa de Irina celebrando el cumpleaños de uno de sus hijos, y entonces notaron que colgaba su celular con pesadez:

-¿algo malo?...
-no, solo que a mi cardiólogo le fascina mandarme hacer estudios, y ya estoy harto de eso... pero no, nada malo y nada importante.

Transcurrieron un par de años a partir de esa tarde. Y por más que se piense que una sombra estaba sobre la espalda de Christian, y por más que se piense que se pudo hacer algo, por lo menos hablar, y por más que se piense, todo es inútil: inútil no en el sentido de ser poco importante, sino en el sentido de que los dolores de cabeza aparecen cuando se le da vueltas a algo que ya no tiene remedio.
Transcurrieron un par de años a partir de su muerte. (Sus padres seguían vivos y seguían viviendo en Chalco, y Chalco no había cambiado mucho. Aún habian bugambilias y girasoles. Cerraron su despacho de diseño gráfico y abrieron, felizmente, un restaurante que ha tenido gran éxito).
Transcurrieron un par de años hasta el día en el que Azul salía de su trabajo para ir a comer. Miró hacia ninguna parte en la parada de un semáforo. Miró distraídamente. Pero alcanzó a distinguir, entre el movimiento de los peatones, un rostro, un cierto aire. "Juro que vi a Christian", le diría a Irina más tarde, e Irina se reiría por la coincidencia. Ella también lo había percibido cuando salía a hacer las compras. Comentaron el mismo hecho con Ricardo y con Saúl, y esta vez ya fue algo de poca credibilidad que Saúl haya escuchado su risa entrecortada en su estudio y que a Ricardo lo haya saludado desde lejos. Pero llegaron a la conclusión de que podría ser un juego de la memoria o mera sugestión.

Saúl, tras una larga jornada, regresaba a su departamento. Se sirvió un vaso de leche. Encendió la computadora. Fue a su cuarto para quitarse los zapatos. Abrió la puerta y gritó:

-¡no seas dramático!

Saúl estaba en el suelo con una mano en el pecho:

-eres... eres tú... eres... puta madre... ¿cómo que no sea dramático?
-no, no seas dramático.
-¡estoy viendo un muerto!
-no, estás viendo un fantasma.
-¿cómo es que llegaste aquí?
-la vida del más allá si existe, sólo que es inmensamente aburrida, asi que ellos me dieron la opción de volverme fantasma.
-¿ellos?
-ellos.
-¿quienes ellos?
-los "ellos".
-vaya... ¿y cómo es dios?
-barbudo.
-y... y... ¿y ahora qué?
-¿mañana te reunirás con todos?
-¿todos?
-irina, azul...
-si, con todos.
-mañana tendrás una importante noticia que dar; ¿cómo a qué hora estarás con ellos?
-como a las seis, en un café de aquí cerca.
-diles que estoy en tu casa.
-¿cómo les voy a decir eso?
-no entiendo.
-¡es absurdo!
-diles que vengan, estaré aquí como a las siete.
-no les voy a decir nada...
-sé que les dirás.

En efecto, Saúl no pudo ocultar semejante cosa. Gracias a que ninguno de ellos estaba dotado de escepticismo, fueron a lo de Saúl, entusiasmados y llenos de miedo. Llegaron a la siete con diez. Cuando abrieron la puerta vieron que Christian se estaba sirviendo un trago:

-hola, ¿cómo están?

Nadie pasó y nadie dijo nada.

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