martes, 3 de agosto de 2010

notas

nunca he considerado a la ciudad un buen tema. atreverse a hacerlo es arriesgarse a pintar postales o a los adjetivos "brumoso", "puta", "sangriento". últimamente no hay lugar más adecuado para la tristeza y la pereza que el transporte público debido a mi falta de audífonos y a que suelo ir a la ciudad al mediodía: el sol es amarillo y las casas y edificios se ven como si hubieran sido aventados. iba en la combi y a mi lado estaban dos muchachas (camisas infantiles, senos triangulares). temía llegar tarde por primera vez con eddie, hasta ahora he mantenido mi récord limpio y eso me da el derecho de reclamarle por la espera, su impuntualidad dura media hora. llegando al metro es cuando me pongo más crispado, pero mis ganas de gritarle a la gente son para provocar sustos y reír que por una misantropía de gabardina negra y difíciles novelas existenciales. cuando llegué a la estación en la que quedamos (un minuto antes de la hora acordada, ¡toma eso perra!) decidí irme a deambular. me metí a un puesto poco interesante de películas y después, cuando quería volver al andén, de repente apareció mucha gente, y mi torpeza se agudiza en esas circunstancias. eddie media hora después pidió disculpas y salimos de la estación rumbo a los rtp.
si eso puede ser material dramático de ficción, reto a cualquiera a que trabaje en mi historia. hay muchos que sienten que pueden escribir algo bueno sobre cualquier cosa, como si la técnica pudiera conquistar a las chicas. yo no, y por eso quiero sacar mi guante de duelos. hay todo un catálogo de paisajes obligados, pero tengo entendido que sirven para eliminar adolescencias; para poder llegar al punto en el que se comienza a ser más fluido y más irrespetuoso por ciertas normas. entonces, ¿por qué la disciplina puede volverse el traje de lentejuelas para algunos? porque esos algunos, de tan monásticos y trabajores, llegan a creer que todo es material sólido para la ficción, o pero aún, para la poesía. otro christian pudo haberse subido a esa combi (con un libro en mano, por supuesto) pensando en el poder que tiene su generación, y escribiría, ya de vuelta a casa, una crónica espolvoreada de polen dorado y de virginidades perdidas.
yo no puedo escribir sobre el tedio y sobre el estar sentado. yo no puedo escribir de manera decente esas veces en las que me quedo mirando la televisión, sobre todo porque puedo trazar un autoretrato demasiado severo y quedar como un estereotipo de mediocridad, y no como alguien que decidió mirar la televisión.
la creatividad puede ser todo un cataclismo, se han perdido mentes sensatas debido a la supuesta espiritualidad del arte. ya muchos se han autoproclamado dioses, o ya muchos se han puesto a regañar a sus alumnos del taller.
las veces que escribo procuro hacerlo bien. y cuando no estoy escribiendo, no estoy escribiendo. la semántica es imperativa, pero nada severa. es todo un instrumento para esquivar las nieblas venenosas de lo que es sentirse artista.

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